El tiempo irá trayendo la amnesia inexorable,

habrán muchas condenas y pocos responsables;

dirán que fue preciso, dirán, inevitable,

y al final, como siempre, será Dios el culpable.

La historia necesita en sus escaparates

ocultar el trasfondo de tanto disparate;

no es tuya la derrota, Daniel, no cabe en tu equipaje,

acaso las gaviotas otra vez en el aire.

(“A Daniel… un chico de la guerra” – Alberto Cortez)

Se cumple este 2 de abril un nuevo aniversario del desembarco en las Islas Malvinas, episodio que dio inicio, hace ya 32 años, a la trágica guerra que se llevara la vida de cientos de jóvenes argentinos y que significara una nueva herida para un país cuya soberanía estaba siendo flagelada desde afuera pero también por dentro.

Pocas conmemoraciones admiten la posibilidad, como ocurre en este caso, de conjugar en forma tan particular y compleja los sentimientos encontrados de la sociedad argentina. El repudio a una de las últimas muestras de cobardía exhibida por los dictadores en retirada, quienes ebrios de poder y obstinación enviaron a miles de compatriotas a combatir en condiciones calamitosas, se entremezcla con la profunda solidaridad expresada hacia quienes partieron a las islas para dejar allí parte de sus sueños y esperanzas, jóvenes obligados a resistir contra un enemigo extranjero que nos había invadido hacía ya más de un siglo y medio, pero también contra ese otro enemigo que les daba órdenes y al mismo tiempo los pisoteaba. Muchos de ellos no volvieron, pero muchos más que sí lo hicieron se encontraron con el espíritu derrotista de una sociedad a la cual le costaba aceptarlos. Pagaron con dignidad un descrédito que no tuvieron el coraje de enfrentar los asesinos que allí los habían enviado.

Dicen los historiadores que el pasado reconoce distintas versiones sobre los procesos que atraviesan los pueblos. Una de ellas, mítica y sesgada, se va perdiendo con los ecos de personajes que naufragan por oscuros despachos gubernamentales; la otra, nacida en el barro y al calor de los acontecimientos, es la que encuentra entre las innumerables filas de héroes anónimos a sus verdaderos protagonistas. Es a ellos a quienes homenajeamos hoy, a los caídos que rehusamos olvidar, a los veteranos que no podemos dejar de acompañar. Porque no habrá un solo genocida capaz de igualar en dignidad a quienes dieron la vida sin más recompensa que la soberanía de su pueblo.

Es por eso que elegimos mantener encendida la llama de la memoria, al tiempo que reivindicamos con firmeza y seguros de no equivocarnos nuestra soberanía sobre las islas del Atlántico Sur, aquellas que nos fueran arrebatadas por el imperialismo británico y por las cuales enarbolamos un único y categórico reclamo, cual es el fin definitivo de todo enclave colonial en pleno siglo XXI.

Mónica Amoz » Secretaría de DDHH de AGMER CDC

Equipo de trabajo de los materiales de la Secretaría: Mónica Amoz, Matías Bargas Ackermann, Federico Tálamo y Virginia Serotkin Molinas.