Este 1° de Mayo, Día Internacional de los trabajadores y las trabajadoras, nos encuentra viviendo una situación excepcional por la pandemia que tiene alcance mundial.
No habrá este 1° de Mayo actos, ni ollas populares, ni cazuelas de locro circulando de mano en mano entre compañeros y compañeras. Pero la fecha, tan cara a nuestra historia, no nos pasa desapercibida. En un mundo impactado ante la emergencia, hoy más que nunca se hace necesario reflexionar sobre los límites acotados de un modelo de pensamiento que ha dañado las estructuras económicas, sociales, culturales y ambientales.
La historia del movimiento obrero es el testimonio de resistencia a este mismo sistema que hoy vuelve a estar en tensión. Por eso, la de hoy es una jornada donde nos encontramos para pensar y reivindicar un pasado y presente caracterizado por las luchas en pos de conquistar derechos sociales. Las disputas por la reducción de la jornada laboral, el mejoramiento de las condiciones de trabajo, por la participación equitativa del reparto de la riqueza, por el ejercicio legitimo del derecho a huelga, por las convenciones colectivas de trabajo, el acceso a la salud, el beneficio del descanso, a organizarse sindicalmente, entre tantas otras reivindicaciones constituyen elementos que convergen centralmente en la necesidad imperiosa de avanzar hacia una sociedad distinta, más justa y más solidaria.
La docencia de este país forma parte de esa misma construcción, el proceso de sindicalización fue de la mano de las luchas por el Estatuto, salarios dignos, mejoras en las condiciones de trabajo, la defensa inclaudicable de la Escuela Pública y de la educación entendida como un derecho social, las resistencias frente a políticas de ajuste y a las tendencias privatistas que se pretendieron imponer desde los grupos hegemónicos han marcado una referencia profunda en nuestra sociedad.
Desde ahí nos posicionamos para analizar lo que definimos como crisis global. La pandemia no solo pone en superficie la crisis sanitaria; afrontamos hoy las consecuencias de políticas regresivas que fueron profundizando la desigualdad y la exclusión social, que enfermaron gravemente nuestro planeta y condenaron al hambre a millones de habitantes.
Nuestro país no es la excepción, el avance de la pandemia, se desarrolla en un contexto de crisis económica preexistente, que ya había sentido con dureza el impacto de políticas contrarias a las y los trabajadores, con un endeudamiento externo impagable, crecimiento del desempleo, recortes en salud, educación, ciencia y tecnología, con índices de pobreza e indigencia que se han acelerados en forma alarmante. Es claro, entonces, la urgencia del “aislamiento social, preventivo y obligatorio” mientras se busca fortalecer un sistema de salud diezmado y desarticulado en los últimos años.
Ejemplos de sacrificio abundan en estos días, el esfuerzo de la mayor parte de la sociedad por sostener el distanciamiento social, los trabajadores y trabajadoras de la salud que redoblan en sus tareas y preparativos, las instituciones y actores de la sociedad civil que ponen a disposición sus instalaciones, las organizaciones sociales que sostienen los comedores comunitarios y reparten insumos escolares, de limpieza, etc. La dedicación de nuestras maestras y maestros, profesoras y profesores que llevan adelante distintas estrategias de educación a distancia, de nuestros equipos directivos garantizando el comedor escolar, del personal auxiliar de educación y del personal de cocina. Son ejemplos que nos muestran que, ante la emergencia y la gravedad del momento, lo colectivo vuelve a imponerse como rumbo necesario; pensar y cuidar a los demás, es la mejor manera de cuidarnos.
Del mismo modo, toda crisis pone en superficie las miserias y las mezquindades. Los mismos sectores de poder responsables de haber desbastado nuestro país, hoy no están dispuestos a ningún tipo de sacrificio. Por el contrario, vuelven a especular y a hacer negocios, suspenden trabajadores, reducen sus salarios y disparan los precios. Pretenden nuevamente que los costos de esta crisis recaigan sobre las espaldas de las y los trabajadores.
En este contexto nos parece importante expresar que la deuda externa es impagable, por lo que acompañamos la decisión del gobierno nacional de postergar los pagos. Sostenemos además la necesidad de investigar el origen de la deuda contraída por el gobierno anterior. Hoy más que nunca manifestamos que la deuda es con el pueblo.
Del mismo modo, es ya impostergable avanzar con una contribución impositiva extraordinaria que grave a las grandes fortunas y que, de acuerdo a los primeros cálculos, permitiría recaudar 2500 millones de dólares. En ese sentido, instamos a los legisladores nacionales a trabajar en una ley en este sentido, como primer paso hacia una justicia tributaria que hoy es necesidad de primer orden. Es tiempo de que los que más tienen hagan su aporte.
Comisión Directiva Central – AGMER