El 2 de abril de 1997 los docentes argentinos nucleados en CTERA instalamos la Carpa Blanca de la Dignidad en la plaza de los dos congresos, en Buenos Aires, para reclamar por un Fondo de Financiamiento Educativo.
Lo hicimos seguidos por la urgencia, frente a la debacle de la educación y la precarísima situación económica de los docentes, sin saber que estábamos montando un espacio que se convertiría en epicentro y símbolo de la protesta contra el menemismo
El apoyo solidario de miles y miles de argentinos no se hizo esperar. Y lentamente, pero con fuerza, la crítica situación del sistema educativo se instaló tal vez como nunca antes en el debate político y social del país. Una grieta comenzaba a abrirse en plena década menemista.
La Carpa Blanca de los docentes se levantó como el espacio de la resistencia, de la ética y del resguardo de todos aquellos que se veían reflejados en el reclamo y que a su vez la tomaban como referencia para canalizar sus propias reivindicaciones. Habíamos creado una nueva herramienta de lucha y nos asombrábamos orgullosamente de nuestro propio logro.
Hugo Yasky recuerda que cuando se decidió instalar la Carpa “veníamos a tientas. Veníamos retrocediendo a los manotazos. Teníamos cinco provincias en huelga, tres de ellas por tiempo indefinido. Teníamos un Estado que en plena soberbia no se daba por anoticiado de que pasaba esto en el país, y no encontrábamos la manera de aunque sea encender una luz que hiciera que se visibilizaran esas luchas de cinco provincias. Y no es que por fruto de la inteligencia, ni de un análisis acabado, ni de una medición de costos y consecuencias decidiéramos la Carpa. Lo decidimos, literalmente, desde el estado más absoluto de desesperación. Porque algo teníamos que inventar. Porque ya ni siquiera los paros docentes constituían una noticia en el país menemista”.
Aquel 2 de abril era un caluroso día de otoño. “Quedamos acá 70 u 80 maestras y maestros con este guardapolvo y este cartelito colgado, y sin saber adónde llegábamos con esto”, relata Yasky. Pero se llegó hasta lugares no imaginados, al corazón mismo del pueblo trabajador. “Creo que conectamos con algo que forma parte de la historia del pueblo argentino, con una raíz que entrañablemente vincula la escuela pública a la justicia social. Conectamos con algo que une la noción de que sólo puede haber democracia si se tiene acceso y se distribuye el conocimiento, con la noción de aquella escuela pública que hizo que muchos de nosotros creyéramos que se podía pasar por un aula, por un pupitre de madera, por un pizarrón y por las manos de los maestros, sintiendo que construíamos en ese pasaje un tránsito hacia una vida mejor. Creo que conectamos con esa historia. Y eso fue haciendo que la Carpa creciera”.
La sensación de que la Carpa estaba llamada a condensar en su territorio físico y simbólico la multiplicidad de pequeñas-grandes batallas contra el modelo neoliberal, fue expandiéndose hasta límites inusitados. Junto a los docentes, estuvieron allí los familiares de José Luis Cabezas, de María Soledad Morales, de las víctimas de la AMIA y la Embajada de Israel, peleando para recuperar la justicia negada por el poder; los padres de Miguel Bru y Sebastián Bordón, muertos por el gatillo fácil y otras nuevas formas de represión contra los jóvenes; las incansables Madres y Abuelas de Plaza de Mayo; los militantes que, como la monja Pelloni y los curas Cajade y Farinello, peleaban contra el hambre y la prostitución infantil; los jubilados que obstinadamente seguían reclamando por su dignidad. La Carpa fue además, caja de resonancia de los múltiples conflictos que protagonizaban trabajadores de todo el país.
La Carpa Blanca se transformó así en Carpa de la Dignidad
Los docentes entrerrianos fuimos protagonistas de esta lucha. Más de una vez estuvimos ayunando en Buenos Aires, actuando como colaboradores y sosteniendo en Entre Ríos la misma pelea que la carpa y el ayuno docente habían logrado extender a todo el país.
Asumimos el compromiso de no poner fin a esa batalla hasta conseguir lo que exigíamos: financiamiento para la educación. Y el tiempo fue mucho: durante más de mil días la carpa permaneció erguida y cosechó adhesiones de los más diversos sectores, pero sobre todo ganó el apoyo, el afecto y el respeto de buena parte del país.
En aquellos 1.003 días ayunaron 1380 docentes (80 de ellos entrerrianos), pasaron por la carpa 1.500 maestros que ayudaron en la organización, 7000 escuelas y 2.800.000 personas que visitaron a los ayunantes. Se juntaron 1.500.000 firmas en defensa de la educación pública; la carpa fue escenario de 475 hechos culturales y de ella partieron seis marchas multitudinarias.
El 30 de diciembre de 1999, el monto de 660 millones de pesos del Fondo de Incentivo Docente que provenía del impuesto automotor fue incorporado al presupuesto 2000, ahora con la garantía del Estado.
“Esta conquista fue, como para quienes tienen que excavar un túnel para encontrar la salida de la cárcel -que sería el modelo menemista-, la primera hendija por la que se filtró la luz”, sostiene Yasky. Y agrega: “Fue un avance, apenas la rendija, la grieta por la que empezamos a ver la luz de salida de esta especie de calabozo para el conocimiento que constituía el modelo educativo menemista”.
«Sin violencias, con imaginación y entereza,
instalaron nuevos métodos para la lucha gremial, resistieron los empellones del poder altanero, soportaron la fatiga propia y la ajena, eludieron las tentaciones de la rendición
anticipada, desoyeron los consejos maliciosos y demandaron hasta conseguir,
en la libertad democrática, el mandato de la ley. Probaron, con toda evidencia,
que ninguna razón de la economía es
superior a la condición humana.
Cuando ayer desarmaron la Carpa Blanca,
festejaban la victoria de otra etapa cumplida,
en una larga historia que aquí no termina, para beneficio de la escuela pública.
Con el mismo acto dejaron inaugurada la esperanza para el desamparo de tantos,
que desde ahora tendrán un espejo donde mirarse.
Se puede y se debe, enseñaron
sin pizarrón ni tiza
pero con legítimo orgullo….»